Cuando comencé la escuela estaba nerviosa.
Otros niños y amigas del barrio me decían que volvían cansados y que tenían deberes.
Hasta le dije a mama:
-Yo no quiero entrar a la clase!
Recuerdo que el primer día hice un berrinche de novela.
Estaba tan equivocada.
El tiempo pasó volando.
En la clase hubo tiempo para jugar con juguetes que había en un rincón, dibujar con crayolas de todos colores, aprender cosas nuevas, usar plasticina y escuchar múscia.
Lo que más me gustó fue el rincon que la clase tenía donde había muchos libros de cuentos.
Era un salón iluminado, con un pizarrón grande y mi mesa era muy cómoda. En las paredes la maestra colgaba nuestros dibujos y en la biblioteca guardaba nuestros cuadernos.
¡Que clase la mía!
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