jueves, 26 de mayo de 2016

Cómo mejorar la educación emocional de los niños, en 15 claves

La infancia es una etapa en la que también aprendemos a gestionar las emociones.

Cómo mejorar la educación emocional de los niños, en 15 claves Imagen: Pexels
Llorenç Guilera i Agüera Llorenç Guilera i Agüera Doctor en Psicología
La inteligencia emocional es una gran olvidada en nuestro sistema educativo. Pero, como padres, tampoco estamos prestando una atención adecuada al correcto desarrollo del aspecto emocional de nuestros hijos.
Para poder empezar con bien pie en esta empresa de ayudarles a descubrir y potenciar sus emociones, me he permitido redactar esta guía práctica.

1. Una obligación compartida

Los padres, los maestros, los que son ambas cosas a la vez, y todos los adultos sin excepción somos responsables de que los niños reciban la educación emocional que merecen, para que puedan adquirir una buena inteligencia emocional y una personalidad equilibrada. Pero, como es lógico, el adulto que esté imbuido de conceptos erróneos sobre este tema, no va a poder proporcionar la educación adecuada y puede –involuntariamente— aportar una influencia negativa al buen fin que pretendía.

2. No existen emociones negativas

De entrada, es fundamental tener claro que es incorrecta la discriminación entre emociones negativas y emociones positivas. Todas las emociones tienen una utilidad para la supervivencia individual del niño. Lo que tenemos que enseñarle al niño es que, frente a una emoción, hay reacciones positivas y conductas concretas que son negativas para la sociedad y le pueden acarrear problemas.

3. Madurez emocional por etapas

Otro concepto fundamental es que la madurez emocional del niño crece en etapas sucesivas, desde el nacimiento hasta la mayoría de edad emocional, a medida que va haciéndose dueño de sus funciones cerebrales. El tratamiento de sus emociones debe estar adecuado, pues, a cada etapa de su evolución o corremos el riesgo de perjudicarle sin querer o –como mínimo—desperdiciar esfuerzos inadecuados.
Hasta los seis meses el niño sólo obedece a estímulos sensoriales y motrices (de base instintiva) y no tiene conciencia de sus emociones. A partir de esta edad puede empezar a diferenciar sus emociones básicas con la ayuda de los adultos. Hasta los tres años aproximadamente no está en condiciones de cambiar su conducta de manera estable basándose en las emociones (capacidad intuitiva). Y hasta que no entra en la etapa operativa, aproximadamente a los seis años, no puede aplicar “el uso de razón” a sus conductas y aprender a trabajar en equipo. A partir de esta edad aprende a identificar y nombrar las emociones básicas que experimenta y puede reflexionar sobre ellas y someterlas a autocontrol. Pero el buen manejo de las emociones derivadas y de los sentimientos no estará en condiciones de conseguirlo hasta los diez u once años. Y la madurez de saber prever las consecuencias de sus acciones y la capacidad de planificación con visión de futuro, no suele llegar antes de los dieciséis años: la mayoría de edad emocional.

4. Con el amor no basta

Un error muy frecuente es pensar que si les damos a los niños amor y protección, el resultado de su inteligencia emocional será necesariamente bueno. El amor y la protección son, por supuesto, imprescindibles. Pero no bastan. Deben venir acompañados de una educación emocional equilibrada. Si los padres sobreprotegen por exceso de permisividad, o son autoritarios y demasiado severos o son descontrolados e imprevisibles, los daños emocionales pueden afectar gravemente la personalidad del futuro adulto, a pesar del amor recibido.

5. ¿Cómo saber si un niño tiene problemas emocionales?

Diagnosticar que un niño está teniendo problemas en su educación emocional es muy fácil. Un niño sano es inquieto, impaciente, ruidoso, espontáneo, juguetón, curioso, creativo, social, confiado con sus compañeros y con los adultos… Cualquier carencia de alguna de estas características habrá que analizarla porque puede constituir una alerta de posibles problemas emocionales. Tendremos que detectar en qué emociones básicas se siente desbordado el niño y ofrecerle el soporte oportuno.

6. Cómo tratar sus miedos

Empecemos por el miedo. Un niño tiene muchísimas causas de posibles miedos: a quedarse solo, a que lo abandonen, a ser una molestia, a que lo rechacen, a no poder alimentarse, a la oscuridad, al frío, al calor, a las inclemencias de la naturaleza, a ponerse enfermo, a los desconocidos, a las personas autoritarias u hostiles, a tener la culpa de que papá y mamá discutan… La solución pasa por darle con rotundidad la seguridad que necesita.
La seguridad física contra enfermedades, hambre y toda clase de peligros físicos. Y la seguridad afectiva. Es conveniente que los padres le repitan todas las veces que sean necesarias que lo querían antes de nacer, que lo quieren tal como es y que lo querrán siempre. Si el niño se porta mal, le diremos no nos gusta lo que hace, pero que a él se le quiere sin ninguna clase de dudas o reparos. Como dice la extraordinaria psicopedagoga Rebeca Wild: “Si el niño se siente bien, no se porta mal”.

7. Cómo tratar sus rabietas

Sigamos con la ira. Un niño inmerso en una rabieta puede desplegar una energía espectacular. Las causas de la rabieta también pueden ser múltiples: le han dado una negativa a un deseo o a un capricho, le han quitado un juguete, le han regañado “injustamente”, no le hacen caso o no le escuchan, le han pegado o humillado y no ha podido defenderse… El soporte que aquí necesita el niño es la comprensión.
Mostrarle sin ambages que entendemos la causa de su rabieta pero que debe aprender a controlarlo; enseñarle a ser menos egoísta y a saber compartir sus pertenencias; que debemos acostumbrarnos a soportar algunas frustraciones en la vida; que hay que buscar nuevas motivaciones y nuevas expectativas y no rendirse; que hay que defenderse de las injusticias con calma y serenidad; que hay que evitar los peligros de manera preventiva…

8. Cómo tratar sus tristezas

Otra emoción básica es la tristeza. Por haber perdido un juguete, un objeto preferido, una mascota o una persona querida; por no poder estar con los amigos; por no tener lo mismo que tienen los niños que le rodean; por haber perdido padre y madre… El soporte adecuado es el consuelo. Mostrarle empatía por su pérdida, nuestro acompañamiento en su dolor, ofrecerle ayuda para sobrellevar su pérdida, apoyarle con distracciones tales como juegos y nuevas motivaciones.

9. El poder de los juegos

El juego es una actividad instintiva en el niño y, por consiguiente, debe ser la distracción favorita frente a malas tendencias del niño. Todos los pedagogos y psicólogos están de acuerdo en los beneficios físicos, fisiológicos, emocionales, sociales y cognitivos de los juegos en equipo.

10. Cómo tratar su vergüenza

Una de las emociones de posibles consecuencias más nefastas es la vergüenza. Vergüenza por ser demasiado grande o demasiado pequeño; por ser gordo o flaco; por ser diferente; por tener problemas físicos o discapacidades; por no entender de qué hablan; por no saberse expresar; por haber hecho algo malo; por haber sufrido abusos físicos o sexuales… La mejor ayuda para superar la vergüenza es fomentar su autoestima.
Repetirle las veces que haga falta que cada persona es única y vale tanto como el que más. Enseñarle a mejorar sus problemas o defectos sin estresarle. Ayudarle a reconocer sus errores y superarlos. Enseñarle a socializar y tener amigos que le correspondan. Ganar su confianza para que nos haga partícipe de posibles abusos físicos o sexuales.

11. La pérdida de la autoestima

Hay que evitar por todos los medios que el niño caiga en pérdida de autoestima. Porque ello comporta que el niño interiorice que es un inútil y no sirve para nada; que no merece que le quieran; que es natural que lo ignoren o desprecien; que es lógico que se burlen de él y le humillen.
Como consecuencia de falta de autoestima en la etapa infantil y adolescente, en la edad adulta tendremos personas con trastornos conductuales. Si ha habido reacción de tipo pasivo, el adulto mostrará graves dependencias afectivas; miedo a sostener relaciones íntimas; miedo a hablar en público y hacerse notar; una inseguridad patológica; un complejo de inferioridad. Si ha habido reacción de tipo agresivo, el adulto presentará fuertes tendencias a la tiranía, al despotismo, a la crueldad, al narcisismo egocéntrico, a una coraza exagerada de falsa seguridad.

12. Recomendaciones básicas

Vale la pena prestar atención a una serie de recomendaciones:
  • Debe prestarse atención a la edad del niño y no plantearle situaciones para las que carezca de la madurez emocional necesaria.
  • Hay que procurar ponerse en la piel del niño y entender sus razones y motivaciones. Preguntarle y escucharlo.
  • No sirve de nada intentar que el niño razone cuando está inmerso en un secuestro emocional, debemos esperar a que se tranquilice.
  • No debemos recriminarle jamás porque haya experimentado una emoción, tan solo hacerle notar las conductas negativas que le haya suscitado y ofrecerle las posibles conductas positivas.
  • Conviene evitar discursos abstractos; hay que usar frases cortas orientadas a la acción. Sin aplicar adjetivos denigrantes, humillantes u ofensivos a su conducta.
  • Predicar con el ejemplo. No tener inconveniente en mostrar las emociones propias, dejando en evidencia cómo están bajo control.
  • Hay que reconocer los errores propios y evidenciar qué se está haciendo para repararlos.
  • Entre adultos, se debe evitar mantener conversaciones de temas inapropiados para niños delante de ellos.
  • No mentirles nunca, bajo ningún pretexto. Ahorrarles la parte de los hechos que no están capacitados para entender, pero no alterar la verdad con falsedades.
  • No permitir bajo ningún concepto que el niño se burle, humille, falte al respeto o trate mal a ninguna persona o animal.
  • No aplicarle jamás ningún tipo de violencia (ni física ni verbal) ni ningún chantaje emocional.
  • No querer comprar su afecto o indulgencia con nuestras flaquezas mediante cosas materiales.
  • Hay que afrontar la necesidad de poner límites y entrenar al niño a sobrellevar frustraciones por motivos sociales o económicos.
  • Por higiene mental, debemos evitar que el niño caiga en la adicción a juegos solitarios de Tablet o PlayStation.
  • Hay que administrar correctamente la motivación con premios y la inhibición con castigos.
  • Tanto los premios como los castigos tienen que ser proporcionales, justos y coherentes. Deben ser excepcionales pero estables. Los premios deben ser asequibles, los castigos evitables.
  • Los premios tienen que celebrar el triunfo de un esfuerzo previo. Los castigos tienen que comportar una molestia real o un esfuerzo.
  • Es imprescindible advertir antes de castigar y explicar los porqués de los castigos..
  • Debemos incentivar su curiosidad y fomentar su creatividad. No bloquear su iniciativa con recetas predeterminadas de cómo hay que hacer las cosas.
  • Debemos estar receptivos a las cosas de la vida que podemos aprender observando y dialogando con los niños.
  • Demostrarles siempre que se les quiere de manera permanente e indestructible.

13. Heridas emocionales

Está demostrado que los cuidadores que aplican castigos severos con frialdad y autoritarismo, sin afecto hacia los niños, pueden provocar trastornos de personalidad en los futuros adultos: fanatismos por el orden, comportamientos obsesivos compulsivosinseguridades patológicasperfeccionismos enfermizos.
Como nos avisa la escritora canadiense Lise Bourbeau, las cinco grandes heridas emocionales que suelen dejar huella en el futuro del niño son: el rechazo, el abandono, la humillación, la traición y la injusticia. La principal motivación de unos padres para procurar evitar a sus hijos estas cinco heridas emocionales por todos los medios, puede ser el recuerdo de haberlas sufrido ellos en su infancia.

14. Contra el sentimiento de abandono

El niño puede suportar largas ausencias de sus progenitores si tiene evidencias irrefutables de que le quieren y las persones que lo cuidan le avivan frecuentemente el recuerdo y la esperanza del reencuentro. La seguridad emocional es más una cuestión de intensidad que de frecuencia.

15. Todos hemos sido niños

Para facilitar la comprensión de las emociones y conductas del niño, conviene recordar que también fuimos niños y que aquel niño que fuimos pervive en nuestro interior. Debemos recuperarlo para que seamos buenos amigos de nuestros niños. Con amor, equilibrio, protección, comprensión, confianza, consuelo, sistemas de premios y castigos adecuado y —sobre todo— cultivando su autoestima, lograremos que nuestros hijos, nuestros nietos, los niños todos de nuestra sociedad consigan la inteligencia emocional que se merecen.

Referencias bibliográficas:

  • Borbeau, Lise. Las cinco heridas que impiden ser uno mismo. OB Stare, 2003.
  • Lòpez Cassà, E. Educación emocional. Programa para 3-6 años. Wolfers Kluwer, 2003.
  • Renom, A. Educación emocional. Programa para educación primaria (6 – 12 años). Wolfers Kluwer, 2003.
  • Wild, Rebeca. Libertad y límites. Amor y respeto. Herder, 2012.
Llorenç Guilera i Agüera Doctor en Psicología Ingeniero Industrial y Doctor en Psicología. Experto en creatividad, Inteligencia y competencias directivas.
Autor de las siguientes obras:

Psicología y Mente
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