La inteligencia emocional es una gran olvidada en nuestro sistema educativo.
Pero, como padres, tampoco estamos prestando una atención adecuada al
correcto desarrollo del aspecto emocional de nuestros hijos.
Para
poder empezar con bien pie en esta empresa de ayudarles a descubrir y
potenciar sus emociones, me he permitido redactar esta guía práctica.
1. Una obligación compartida
Los padres, los maestros, los que son ambas cosas a la vez, y
todos los adultos sin excepción somos responsables de que los niños reciban la educación emocional que merecen, para que puedan adquirir una buena
inteligencia emocional
y una personalidad equilibrada. Pero, como es lógico, el adulto que
esté imbuido de conceptos erróneos sobre este tema, no va a poder
proporcionar la educación adecuada y puede –involuntariamente— aportar
una influencia negativa al buen fin que pretendía.
2. No existen emociones negativas
De entrada,
es fundamental tener claro que es incorrecta la discriminación entre emociones negativas y emociones positivas.
Todas las emociones tienen una utilidad para la supervivencia
individual del niño. Lo que tenemos que enseñarle al niño es que, frente
a una emoción, hay reacciones positivas y conductas concretas que son
negativas para la sociedad y le pueden acarrear problemas.
3. Madurez emocional por etapas
Otro concepto fundamental es que la madurez emocional del niño crece en
etapas sucesivas,
desde el nacimiento hasta la mayoría de edad emocional, a medida que va
haciéndose dueño de sus funciones cerebrales. El tratamiento de sus
emociones debe estar adecuado, pues, a cada etapa de su evolución o
corremos el riesgo de perjudicarle sin querer o –como
mínimo—desperdiciar esfuerzos inadecuados.
Hasta los seis meses el niño sólo obedece a estímulos sensoriales y
motrices (de base instintiva) y no tiene conciencia de sus emociones. A
partir de esta edad puede empezar a diferenciar sus emociones básicas
con la ayuda de los adultos. Hasta los tres años aproximadamente no está
en condiciones de cambiar su conducta de manera estable basándose en
las emociones (capacidad intuitiva). Y hasta que no entra en la etapa
operativa, aproximadamente a los seis años, no puede aplicar “el uso de
razón” a sus conductas y aprender a trabajar en equipo. A partir de esta
edad aprende a identificar y nombrar las
emociones básicas
que experimenta y puede reflexionar sobre ellas y someterlas a
autocontrol. Pero el buen manejo de las emociones derivadas y de los
sentimientos no estará en condiciones de conseguirlo hasta los diez u
once años. Y la madurez de saber prever las consecuencias de sus
acciones y la capacidad de planificación con visión de futuro, no suele
llegar antes de los dieciséis años: la mayoría de edad emocional.
4. Con el amor no basta
Un error muy frecuente es pensar que si les damos a los niños
amor y protección, el resultado de su inteligencia emocional será
necesariamente bueno. El amor y la protección son, por
supuesto, imprescindibles. Pero no bastan. Deben venir acompañados de
una educación emocional equilibrada. Si los padres
sobreprotegen
por exceso de permisividad, o son autoritarios y demasiado severos o
son descontrolados e imprevisibles, los daños emocionales pueden afectar
gravemente la personalidad del futuro adulto, a pesar del amor
recibido.
5. ¿Cómo saber si un niño tiene problemas emocionales?
Diagnosticar que un niño está teniendo problemas en su educación emocional es muy fácil.
Un niño sano es inquieto, impaciente, ruidoso, espontáneo, juguetón,
curioso, creativo, social, confiado con sus compañeros y con los
adultos… Cualquier carencia de alguna de estas características habrá que
analizarla porque puede constituir una alerta de posibles problemas
emocionales. Tendremos que detectar en qué emociones básicas se siente
desbordado el niño y ofrecerle el soporte oportuno.
6. Cómo tratar sus miedos
Empecemos por el
miedo.
Un niño tiene muchísimas causas de posibles miedos: a quedarse solo, a
que lo abandonen, a ser una molestia, a que lo rechacen, a no poder
alimentarse, a la oscuridad, al frío, al calor, a las inclemencias de la
naturaleza, a ponerse enfermo, a los desconocidos, a las personas
autoritarias u hostiles, a tener la culpa de que papá y mamá discutan…
La solución pasa por darle con rotundidad la seguridad que necesita.
La seguridad física contra enfermedades, hambre y toda clase de
peligros físicos. Y la seguridad afectiva. Es conveniente que los padres
le repitan todas las veces que sean necesarias que lo querían antes de
nacer, que lo quieren tal como es y que lo querrán siempre. Si el niño
se porta mal, le diremos no nos gusta lo que hace, pero que a él se le
quiere sin ninguna clase de dudas o reparos. Como dice la extraordinaria
psicopedagoga Rebeca Wild: “Si el niño se siente bien, no se porta
mal”.
7. Cómo tratar sus rabietas
Sigamos con la ira.
Un niño inmerso en una rabieta puede desplegar una energía
espectacular. Las causas de la rabieta también pueden ser múltiples: le
han dado una negativa a un deseo o a un capricho, le han quitado un
juguete, le han regañado “injustamente”, no le hacen caso o no le
escuchan, le han pegado o humillado y no ha podido defenderse…
El soporte que aquí necesita el niño es la comprensión.
Mostrarle sin ambages que entendemos la causa de su rabieta pero que debe aprender a controlarlo;
enseñarle a ser menos egoísta y a saber compartir sus pertenencias;
que debemos acostumbrarnos a soportar algunas frustraciones en la vida;
que hay que buscar nuevas motivaciones y nuevas expectativas y no
rendirse; que hay que defenderse de las injusticias con calma y
serenidad; que hay que evitar los peligros de manera preventiva…
8. Cómo tratar sus tristezas
Otra emoción básica es la tristeza. Por haber perdido
un juguete, un objeto preferido, una mascota o una persona querida; por
no poder estar con los amigos; por no tener lo mismo que tienen los
niños que le rodean; por haber perdido padre y madre… El soporte
adecuado es el consuelo. Mostrarle
empatía
por su pérdida, nuestro acompañamiento en su dolor, ofrecerle ayuda
para sobrellevar su pérdida, apoyarle con distracciones tales como
juegos y nuevas motivaciones.
9. El poder de los juegos
El juego es una actividad instintiva en el niño y, por
consiguiente, debe ser la distracción favorita frente a malas
tendencias del niño. Todos los pedagogos y psicólogos están de acuerdo
en los beneficios físicos, fisiológicos, emocionales, sociales y
cognitivos de los juegos en equipo.
10. Cómo tratar su vergüenza
Una de las emociones de posibles consecuencias más nefastas es la
vergüenza. Vergüenza por ser demasiado grande o demasiado pequeño; por
ser gordo o flaco; por ser diferente; por tener problemas físicos o
discapacidades; por no entender de qué hablan; por no saberse expresar;
por haber hecho algo malo; por haber sufrido abusos físicos o sexuales…
La mejor ayuda para superar la vergüenza es
fomentar su autoestima.
Repetirle las veces que haga falta que cada persona es única y vale tanto como el que más.
Enseñarle a mejorar sus problemas o defectos sin estresarle. Ayudarle a
reconocer sus errores y superarlos. Enseñarle a socializar y tener
amigos que le correspondan. Ganar su confianza para que nos haga
partícipe de posibles
abusos físicos o sexuales.
11. La pérdida de la autoestima
Hay que evitar por todos los medios que el niño caiga en pérdida de autoestima.
Porque ello comporta que el niño interiorice que es un inútil y no
sirve para nada; que no merece que le quieran; que es natural que lo
ignoren o desprecien; que es lógico que se burlen de él y le humillen.
Como consecuencia de falta de autoestima en la etapa infantil y
adolescente, en la edad adulta tendremos personas con trastornos
conductuales. Si ha habido reacción de tipo pasivo, el adulto mostrará
graves dependencias afectivas; miedo a sostener relaciones íntimas;
miedo a hablar en público y hacerse notar; una inseguridad patológica;
un complejo de inferioridad. Si ha habido reacción de tipo agresivo, el
adulto presentará fuertes tendencias a la tiranía, al despotismo, a la
crueldad, al
narcisismo egocéntrico, a una coraza exagerada de falsa seguridad.
12. Recomendaciones básicas
Vale la pena prestar atención a una serie de recomendaciones:
- Debe prestarse atención a la edad del niño y no plantearle situaciones para las que carezca de la madurez emocional necesaria.
- Hay que procurar ponerse en la piel del niño y entender sus razones y motivaciones. Preguntarle y escucharlo.
- No
sirve de nada intentar que el niño razone cuando está inmerso en un
secuestro emocional, debemos esperar a que se tranquilice.
- No
debemos recriminarle jamás porque haya experimentado una emoción, tan
solo hacerle notar las conductas negativas que le haya suscitado y
ofrecerle las posibles conductas positivas.
- Conviene evitar
discursos abstractos; hay que usar frases cortas orientadas a la acción.
Sin aplicar adjetivos denigrantes, humillantes u ofensivos a su
conducta.
- Predicar con el ejemplo. No tener inconveniente en mostrar las emociones propias, dejando en evidencia cómo están bajo control.
- Hay que reconocer los errores propios y evidenciar qué se está haciendo para repararlos.
- Entre adultos, se debe evitar mantener conversaciones de temas inapropiados para niños delante de ellos.
- No
mentirles nunca, bajo ningún pretexto. Ahorrarles la parte de los
hechos que no están capacitados para entender, pero no alterar la verdad
con falsedades.
- No permitir bajo ningún concepto que el niño se burle, humille, falte al respeto o trate mal a ninguna persona o animal.
- No aplicarle jamás ningún tipo de violencia (ni física ni verbal) ni ningún chantaje emocional.
- No querer comprar su afecto o indulgencia con nuestras flaquezas mediante cosas materiales.
- Hay que afrontar la necesidad de poner límites y entrenar al niño a sobrellevar frustraciones por motivos sociales o económicos.
- Por higiene mental, debemos evitar que el niño caiga en la adicción a juegos solitarios de Tablet o PlayStation.
- Hay que administrar correctamente la motivación con premios y la inhibición con castigos.
- Tanto
los premios como los castigos tienen que ser proporcionales, justos y
coherentes. Deben ser excepcionales pero estables. Los premios deben ser
asequibles, los castigos evitables.
- Los premios tienen que
celebrar el triunfo de un esfuerzo previo. Los castigos tienen que
comportar una molestia real o un esfuerzo.
- Es imprescindible advertir antes de castigar y explicar los porqués de los castigos..
- Debemos
incentivar su curiosidad y fomentar su creatividad. No bloquear su
iniciativa con recetas predeterminadas de cómo hay que hacer las cosas.
- Debemos estar receptivos a las cosas de la vida que podemos aprender observando y dialogando con los niños.
- Demostrarles siempre que se les quiere de manera permanente e indestructible.
13. Heridas emocionales
Está demostrado que los cuidadores que aplican castigos severos con frialdad y autoritarismo, sin afecto hacia los niños, pueden provocar trastornos de personalidad en los futuros adultos: fanatismos por el orden,
comportamientos obsesivos compulsivos,
inseguridades patológicas,
perfeccionismos enfermizos.
Como nos avisa la escritora canadiense Lise Bourbeau, las cinco grandes
heridas emocionales que suelen dejar huella en el futuro del niño son:
el rechazo, el abandono, la humillación, la traición y la injusticia. La
principal motivación de unos padres para procurar evitar a sus hijos
estas cinco heridas emocionales por todos los medios, puede ser el
recuerdo de haberlas sufrido ellos en su infancia.
14. Contra el sentimiento de abandono
El niño puede suportar largas ausencias de sus progenitores si tiene
evidencias irrefutables de que le quieren y las persones que lo cuidan
le avivan frecuentemente el recuerdo y la esperanza del reencuentro.
La seguridad emocional es más una cuestión de intensidad que de frecuencia.
15. Todos hemos sido niños
Para facilitar la comprensión de las emociones y conductas del niño,
conviene recordar que también fuimos niños y que aquel niño que fuimos
pervive en nuestro interior.
Debemos recuperarlo para que seamos buenos amigos de nuestros niños.
Con amor, equilibrio, protección, comprensión, confianza, consuelo,
sistemas de premios y castigos adecuado y —sobre todo— cultivando su
autoestima, lograremos que nuestros hijos, nuestros nietos, los niños
todos de nuestra sociedad consigan la inteligencia emocional que se
merecen.
Referencias bibliográficas:
- Borbeau, Lise. Las cinco heridas que impiden ser uno mismo. OB Stare, 2003.
- Lòpez Cassà, E. Educación emocional. Programa para 3-6 años. Wolfers Kluwer, 2003.
- Renom, A. Educación emocional. Programa para educación primaria (6 – 12 años). Wolfers Kluwer, 2003.
- Wild, Rebeca. Libertad y límites. Amor y respeto. Herder, 2012.