viernes, 23 de marzo de 2018

Cuento para pensar

Art.701

Cuento para pensar: El cerdito de color verde

El cerdito de color verde
Había una vez una bonita granja en la que convivía una gran familia de cerdos muy feliz.
La causa de tal felicidad radicaba en que en la granja tenían todo cuanto necesitaban para vivir plenamente como cerdos. No les faltaba el pienso ni ningún otro alimento, así como tampoco el agua y el barro que necesitaban para revolcarse y divertirse de lo lindo.
Sin embargo, esa armonía se rompió un día por un suceso que nunca nadie pudo explicar. De una de las cerdas más bellas salió una camada de cerditos, todos muy bonitos pero uno misteriosamente verde, igual de lindo pero con ese color nada habitual para un ejemplar de la especie.
Todos reaccionaron de inmediato de la misma manera. Rechazaban al cerdito por su color verde, que lo hacía diferente a todos, y en tal sentido lo marginaban de todas las rutinas que normalmente desarrollaban.
Al principio esto no preocupó al cerdito verde. Consideraba que era normal que lo dejasen de lado por ser el más chiquito y aunque no participaba en las actividades del resto de la familia, se las arreglaba para hacer sus días divertidos en la granja.
Para ello se encaramaba en árboles y en el tejado de la casa, se dejaba caer sobre pilas de paja, entraba al granero a jugar con las gallinas y hacía un sinfín de actividades más, nada comunes para un cerdo.
No es que no le gustara revolcarse en el barro, es que no podían porque la familia no lo dejaba.
Así pasaron unos meses y el cerdito se volvió uno de los pequeños más grandes y fuertes de la familia.
A pesar de esto siguió siendo marginado, con lo que comprendió que el rechazo hacia él se debía a su diferencia, que para él era leve y nada extravagante, y no al hecho de que hubiese sido el menor de sus hermanos.
Cuento: El cerdito de color verde
Caer en el entendimiento de esto le provocó una gran tristeza durante muchos días. No obstante, repuso su ánimo y retomó con más intensidad que antes las actividades que le hacían tener días felices.
Los cerdos mayores, al ver esto, no soportaron más la felicidad de un cerdito que para ellos había roto la armonía familiar y ahora los abochornaba con sus extravagancias y conducta impropias de un cerdito, como si no fuera suficiente el hecho de que era verde y eso para ellos mancillaba el prestigio y la armónica belleza rosadita de la familia.
Cansados de él, los cerdos mayores decidieron expulsarlo de la granja. Le dijeron que se marchara, que era un engendro de la naturaleza que solo deshonraba a la familia, y que si se atrevía a volver por allí la pasaría realmente mal.
Tras esto el cerdito de color verde si no pudo reponerse de la tristeza. Había sido obligado a abandonar el lugar que lo vio nacer y, en consecuencia, a vagar por el mundo sin rumbo fijo ni destino al que ir.
Tras andar y desandar por un denso bosque durante unos días, el cerdito vio una bella pareja de ciervos ya mayores. Quedó encantado con la belleza y cornamenta de tan majestuosos animales, mas no se atrevió a interrumpir lo que hacían y se quedó en una esquina de un descampado.
Sin embargo, los viejos ciervos se percataron de su presencia y lo observaron detenidamente con una mezcla de asombro, gracia y admiración. Nunca habían visto algo tan curioso, pero a la vez tierno, como un cerdito de color verde.
De pronto se percataron que el animalito estaba sollozando y sin dudarlo se acercaron a él y le preguntaron que lo acongojaba.
El cerdito con el tono de la esperanza les hizo su historia y ganó la solidaridad en sentimiento de los ciervos, que casualmente nunca habían podido tener descendencia y vieron como esa extraña pero agradable criatura despertaba sus instintos maternal y paternal.
Por ello propusieron al cerdito que viviese con ellos en el bosque, donde los tres podrían ser muy felices y vivir en familia, esa de la que por distintas causas los tres habían sido privados.
Por supuesto, el cerdito aceptó gustoso y desde entonces habita en el bosque junto a los viejos y muy bellos ciervos.
Cuentan los que han pasado por allí que aún puede verse a esa insólita familia, lo mismo tirados descansando en cualquier descampado, que disfrutando de un baño en una laguna o correteando de un lugar a otro, radiando libertad y felicidad.
Ello demuestra que no importa cuán diferente seamos ni las cosas de las que hayamos sido privados. La felicidad y la realización de nuestras vidas radican en nosotros mismos y en las acciones que hagamos para potenciarlas y hacerlas extensivas a los demás.

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